vendredi 22 octobre 2010

ACTITUD ROMANISTA Y REFORMISTA





ACTITUD ROMANISTA Y REFORMISTA


Actitud Romanista y Reformista

El texto abajo hace parte de la carta de Juan Calvino al cardenal Sadoleto, dando respuesta a la invitación del cardenal para que la ciudad de Ginebra (Suiza), volva al seno de la iglesia católica y abandone la doctrina de los reformadores:

AJ, pues, Sadoleto, compara, si te parece conveniente, esta defensa nuestra con la que tú pusiste en boca de tu hombre sencillo. Seria una maravilla que no supieses cuál tenlas que preferir. Pues sin lugar a dudas está en gran peligro la salvación de aquél cuya única defensa está apoyada y fundamentada, como sobre un gozne, en la afirmación de que observó siempre la Religión que le habían transmitido sus antepasados y predecesores.

Por esta misma razón, también los judíos, turcos y sarracenos se librarían del juicio de Dios. Rechacemos, pues, esta vana tergiversación ante el tribunal que ha de ser erigido no para aprobar la autoridad de los hombres, sino para mantener la verdad de un solo Dios, siendo reprobada la universal carne de vanidad y de mentira. Que si yo quisiera, como tú, valerme de mofas sarcásticas, ¡qué imagen no podría pintar, no ya de un papa o de un cardenal o de cualquier otro venerable prelado de vuestro bando (y tú sabes perfectamente de qué color pueden ser pintados, hasta por un hombre poco ingenioso) sino incluso de un cierto doctor aunque fuese el más primoroso de todos los vuestros.

Ciertamente ya no me será necesario, para condenar a este doctor, aducir conjeturas dudosas o imputarle crímenes falsos, pues no faltarían muchos suficientemente
probados y evidentes, con los que se verla demasiado abrumado. Mas para que no parezca que caigo en el mismo defecto que reprendo en ti, desistiré de comportarme de esta forma. Les suplicaré únicamente que reflexionen alguna vez; y que piensen y mediten si alimentan con fidelidad al pueblo cristiano, al cual no se puede dar otro pan que no sea la palabra de su Dios. Y que no se complazcan demasiado en representar su papel con el aplauso y consentimiento del pueblo, pues todavía no han llegado a su desenlace, en el cual no tendrán, por cierto, un puesto para vender sin riesgo sus falsas mercancías y engañar las conciencias fieles con su mentiras e invenciones; sino que permanecerán en pie o caerán, únicamente por la voluntad de Dios, cuyo
juicio tendrá en cuenta solamente su equidad inmutable y no la voz ni el favor del pueblo; y no indagará tan sólo los actos exteriores, sino que juzgará de la sinceridad o malicia interior del corazón.

No quiero juzgar de todos en general. Sin embargo ¿quién de vosotros, cuando se trata de luchar contra nosotros, no siente remordimientos de conciencia de que, al obrar así, trabaja más para los hombres que para Dios? En todo el transcurso de tu carta nos tratas con demasiada crueldad; pero en el último párrafo viertes a
boca llena todo el veneno de tu maldad contra nosotros. Y aunque estas injurias en nada nos afectan, y con anterioridad ya respondimos parcialmente a ella, te ruego me digas qué te ha pasado por la cabeza para llegar hasta reprocharnos el ser avaros.

¿Crees que los nuestros han sido tan tontos que no se han dado perfecta cuenta, ya desde el principio, de que el camino que emprendían era totalmente opuesto a toda ganancia y provecho carnal? ¿No veían ellos que, al reprender y censurar vuestra avaricia, estaban por eso mismo necesariamente obligados a vivir con continencia y de una manera razonable, si no querían servir de burla hasta para los niños pequeños?

¿No se cerraban ellos mismos el camino para conseguir riquezas y abundancia de
bienes, al enseñar que el medio mejor de corregir la avaricia era despojar a los pastores de esta abundancia y superfluidad de riquezas para que, estando libres de ellas, tuviesen mayor cuidado de la iglesia? ¿Qué riquezas existía entonces a las que poder aspirar? ¿Pues qué; no era el camino más corto y más fácil para alcanzar
riquezas y honores la aceptación inmediata ya desde el principio de los pactos y condiciones que vosotros ofrecíais? ¡Con qué sumas no hubiera vuestro papa comprado entonces, y todavía comprarla hoy, el silencio de muchos! Si tenían la más mínima ambición de enriquecerse, ¿por qué, entonces, prefirieron permanecer pobres
perpetuamente (habiéndoles quitado cualquier esperanza de aumentar sus bienes) en vez de hacerse ricos en un instante y sin gran dificultad? ¿Será, tal vez, la ambición la que les retiene...? Todavía no comprendo por qué razón nos han afrentado, ya que los primeros en emprender esta causa, no podían esperar otra cosa que ser
rechazados y repudiados vergonzosamente de todo el mundo; y los que vinieron después, se expusieron consciente y deliberadamente a innumerables ultrajes y afrentas de todos.


Y esos engaños e intrigas domésticas ¿dónde están? No hallaréis entre nosotros sospecha alguna. Habla más bien de estas cosas en vuestro santo colegio, donde todos los días os agitáis entre intrigas.

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