Ce site est un travail de recherche et des notes sur les erreurs doctrinales de l'Église catholique romaine, et une enquête de son histoire. (Ecrit par scribe Valdemir Mota de Menezes)
dimanche 22 août 2010
LA RELIGION CATHOLIQUE ROMAINE VS LA BIBLE
La religion catholique romaine n'est pas la véritable église de Jésus-Christ. La Bible dénonce catégoriquement le faux évangile de Rome qui est basé sur des oeuvres humaines au mépris du sacrifice sanglant de Christ à la croix fait une fois pour toutes.
LA VERDADERA IGLESIA
El texto abajo hace parte de la carta de Juan Calvino al cardenal Sadoleto, dando respuesta a la invitación del cardenal para que la ciudad de Ginebra (Suiza), volva al seno de la iglesia católica y abandone la doctrina de los reformadores:
¿Cuál es la verdadera Iglesia?
Gracias a lo cual, Sadoleto, tú mismo has puesto y como asentado todo el fundamento de mi defensa al confesar y aprobar voluntariamente estos puntos. Pues si admites que es una horrible perdición para el alma el haber, con maliciosas opiniones, convertido en mentiras la verdad de Dios, queda por saber cuál de las dos partes observa y guarda este honor y esta única, verdadera y legitima reverencia debida a Dios.
Por tu parte dices que la regla más cierta es la que prescribe y recomienda la iglesia, si bien pones en tela de juicio esta sentencia, como si quisiéramos atacarla al modo que se hace con las cosas dudosas. Por cierto, Sadoleto, que, viendo que te atormentas en vano, no puedo menos de intentar reanimarte y aliviarte de tan gran disgusto. Pues falsamente y sin razón quieres convencerte de que pretendemos nosotros apartar al pueblo fiel de la verdadera adoración, observada siempre por la iglesia católica.
0 te equivocas al decir "iglesia., o bien quieres engañarnos Insidiosamente con rodeos; te saldré al paso en este último punto. También puede ser que te engañes en otros puntos; pues en primer lugar, en la definición de Iglesia omites lo que te podía ayudar en gran manera para la recta inteligencia de esta palabra cuando dices que es la que, tanto en los siglos pasados como actualmente y por toda la tierra, ha estado siempre unida en un mismo espíritu con Cristo por el cual en todo y por todo es dirigida y gobernada.
¿Dónde está aquí la palabra de Dios, esta tan clara señal que ha sido tantas veces recomendada por el mismo Señor en la designación de la verdadera iglesia? Pues
previendo Él cuán peligroso seria vanagloriarse del Espíritu sin la Palabra, ha afirmado que la iglesia estaba gobernada y dirigida por el Espíritu; pero con el fin de que tal dirección fuese cierta, estable e inamovible, la ha unido y aliado a esta su Palabra. Es lo que pregona el Señor: que son de Dios los que oyen la palabra de Dios, que son ovejas suyas las que reconocen su voz como la de su pastor, rechazando como extraña cualquier otra voz.
Por esta razón dice el Espíritu, por boca de San Pablo, que la Iglesia está fundada sobre el fundamento de los Apóstoles y Profetas (3). Y también que ha sido santificada con el bautismo de agua por la palabra de vida(4).
Y esto mismo lo dice con más claridad San Pedro, cuando nos enseña que Dios regenera a su pueblo por esta incorruptible semilla5. Y para ser breve ¿por qué se denomina tantas veces Reino de Dios a la predicación del Evangelio, sino porque es el cetro con el que rige y gobierna a su pueblo el Rey celestial? Esto no sólo lo encontrarás en los escritos de los apóstoles, sino que cuantas veces los profetas han predicho la restitución e instauración, o bien la propagación de la iglesia por el mundo entero, han asignado y concedido siempre el primer lugar a la palabra, pues dicen:
Aguas vivas saldrán de Jerusalén, las cuales, divididas en cuatro ríos,regarán toda la tierra(6). Y ellos mismos exponen y declaran cuáles son estas aguas, cuando dicen que la ley saldrá de Sión, y la palabra del Señor de Jerusalén(7) . Hizo, pues, bien Crisóstomo en aconsejar que rechazáramos a todos los que, bajo pretexto del Espíritu, quieren apartarnos de la simple doctrina evangélica, ya que no se prometió el Espíritu para suscitar doctrinas nuevas, sino para grabar en los corazones de los hombres la verdad del Evangelio.
Y sin embargo (para que veas cómo Satán no está nunca tan escondido que no
aparezca por algún lado) los dos poseen un mismo medio con el que pretenden oprimirnos. Pues cuando se envanecen del Espíritu con tanta arrogancia, no pretenden otra cosa sino oprimir y sepultar la palabra de Dios con sus mentiras.
Y tú, Sadoleto, tropezando al primer paso en el umbral(8) has sido castigado por la injuria que hiciste al Espiritu Santo, separándolo y dividiéndolo de la Palabra. Pues te has visto obligado (como si los que buscan el camino de Dios se hallasen en una encrucijada o privados de una meta segura) a ponerles en la duda de si es
más conveniente seguir la autoridad de la iglesia, o escuchar a los que tú llamas inventores de nuevas doctrinas
Si hubieses sabido, o no lo hubieses querido disimular, que el Espíritu ilumina a la Iglesia para abrir la inteligencia de la Palabra y que la Palabra es como el crisol donde se prueba el oro para discernir por medio de ella todas las doctrinas, ¿te hubieras enfrentado con tan compleja y angustiosa dificultad? Aprende, pues, por tu
propia falta, que es tan insoportable vanagloriarse del Espíritu sin la Palabra, como desagradable 24 el preferir la Palabra sin el Espíritu.
¿Cuál es la verdadera Iglesia?
Gracias a lo cual, Sadoleto, tú mismo has puesto y como asentado todo el fundamento de mi defensa al confesar y aprobar voluntariamente estos puntos. Pues si admites que es una horrible perdición para el alma el haber, con maliciosas opiniones, convertido en mentiras la verdad de Dios, queda por saber cuál de las dos partes observa y guarda este honor y esta única, verdadera y legitima reverencia debida a Dios.
Por tu parte dices que la regla más cierta es la que prescribe y recomienda la iglesia, si bien pones en tela de juicio esta sentencia, como si quisiéramos atacarla al modo que se hace con las cosas dudosas. Por cierto, Sadoleto, que, viendo que te atormentas en vano, no puedo menos de intentar reanimarte y aliviarte de tan gran disgusto. Pues falsamente y sin razón quieres convencerte de que pretendemos nosotros apartar al pueblo fiel de la verdadera adoración, observada siempre por la iglesia católica.
0 te equivocas al decir "iglesia., o bien quieres engañarnos Insidiosamente con rodeos; te saldré al paso en este último punto. También puede ser que te engañes en otros puntos; pues en primer lugar, en la definición de Iglesia omites lo que te podía ayudar en gran manera para la recta inteligencia de esta palabra cuando dices que es la que, tanto en los siglos pasados como actualmente y por toda la tierra, ha estado siempre unida en un mismo espíritu con Cristo por el cual en todo y por todo es dirigida y gobernada.
¿Dónde está aquí la palabra de Dios, esta tan clara señal que ha sido tantas veces recomendada por el mismo Señor en la designación de la verdadera iglesia? Pues
previendo Él cuán peligroso seria vanagloriarse del Espíritu sin la Palabra, ha afirmado que la iglesia estaba gobernada y dirigida por el Espíritu; pero con el fin de que tal dirección fuese cierta, estable e inamovible, la ha unido y aliado a esta su Palabra. Es lo que pregona el Señor: que son de Dios los que oyen la palabra de Dios, que son ovejas suyas las que reconocen su voz como la de su pastor, rechazando como extraña cualquier otra voz.
Por esta razón dice el Espíritu, por boca de San Pablo, que la Iglesia está fundada sobre el fundamento de los Apóstoles y Profetas (3). Y también que ha sido santificada con el bautismo de agua por la palabra de vida(4).
Y esto mismo lo dice con más claridad San Pedro, cuando nos enseña que Dios regenera a su pueblo por esta incorruptible semilla5. Y para ser breve ¿por qué se denomina tantas veces Reino de Dios a la predicación del Evangelio, sino porque es el cetro con el que rige y gobierna a su pueblo el Rey celestial? Esto no sólo lo encontrarás en los escritos de los apóstoles, sino que cuantas veces los profetas han predicho la restitución e instauración, o bien la propagación de la iglesia por el mundo entero, han asignado y concedido siempre el primer lugar a la palabra, pues dicen:
Aguas vivas saldrán de Jerusalén, las cuales, divididas en cuatro ríos,regarán toda la tierra(6). Y ellos mismos exponen y declaran cuáles son estas aguas, cuando dicen que la ley saldrá de Sión, y la palabra del Señor de Jerusalén(7) . Hizo, pues, bien Crisóstomo en aconsejar que rechazáramos a todos los que, bajo pretexto del Espíritu, quieren apartarnos de la simple doctrina evangélica, ya que no se prometió el Espíritu para suscitar doctrinas nuevas, sino para grabar en los corazones de los hombres la verdad del Evangelio.
Y sin embargo (para que veas cómo Satán no está nunca tan escondido que no
aparezca por algún lado) los dos poseen un mismo medio con el que pretenden oprimirnos. Pues cuando se envanecen del Espíritu con tanta arrogancia, no pretenden otra cosa sino oprimir y sepultar la palabra de Dios con sus mentiras.
Y tú, Sadoleto, tropezando al primer paso en el umbral(8) has sido castigado por la injuria que hiciste al Espiritu Santo, separándolo y dividiéndolo de la Palabra. Pues te has visto obligado (como si los que buscan el camino de Dios se hallasen en una encrucijada o privados de una meta segura) a ponerles en la duda de si es
más conveniente seguir la autoridad de la iglesia, o escuchar a los que tú llamas inventores de nuevas doctrinas
Si hubieses sabido, o no lo hubieses querido disimular, que el Espíritu ilumina a la Iglesia para abrir la inteligencia de la Palabra y que la Palabra es como el crisol donde se prueba el oro para discernir por medio de ella todas las doctrinas, ¿te hubieras enfrentado con tan compleja y angustiosa dificultad? Aprende, pues, por tu
propia falta, que es tan insoportable vanagloriarse del Espíritu sin la Palabra, como desagradable 24 el preferir la Palabra sin el Espíritu.
VIDA DESARREGLADA DEL CLERO ROMANO
El texto abajo hace parte de la carta de Juan Calvino al cardenal Sadoleto, dando respuesta a la invitación del cardenal para que la ciudad de Ginebra (Suiza), volva al seno de la iglesia católica y abandone la doctrina de los reformadores:
Respecto a la falsa acusación (contraria por cierto a lo que tú mismo conoces) de que, al rechazar este tiránico yugo, no hemos pretendido sino darnos rienda suelta, entregándonos a una vida desarreglada y licenciosa, sin que pensemos siquiera (Dios lo sabe) en la vida futura, vamos a enjuiciar vuestra conducta comparándola con la nuestra.
Es cierto que somos pecadores y que abundan los vicios entre nosotros, y que muchos de nosotros caemos frecuentemente y desfallecemos muchas veces; sin embargo, la vergüenza me impide tener el atrevimiento de vanagloriarme (hasta donde la verdad lo permite) de ser nosotros mejores que vosotros y esto en todos los aspectos. Contando con que no pretendas, por ventura, exceptuar a Roma, hermosísimo santuario de toda santidad, la cual, una vez sacada de quicio y deshechas las barreras de auténtica disciplina y pisoteada la honestidad, está tan rebosante de toda clase de maldades que a duras penas podrá hallarse en toda la historia un ejemplo semejante de tan gran abominación.
Yo creo que tendremos que someter nuestra vida o. tantos peligros y daños, no sea que, siguiendo su ejemplo, seamos constreñidos a una continencia más severa y
estrecha. Por lo que a nosotros respecta, no rehusamos observar hoy la disciplina establecida en los antiguos cánones, ni mantenerla y guardarla con diligencia y buena fe. Por el contrario siempre hemos sostenido que esta desdichada ruina de la iglesia provenía tan sólo de haber perdido, por las superfluidades demasiados licenciosas, todas sus fuerzas y todo su vigor, y de haber permanecido enteramente abatida. Pues es necesario que el cuerpo de la iglesia, para mantenerlo perfectamente unido, esté entrelazado con la disciplina, del mismo modo que un cuerpo se halla reforzado con nervios.
Y yo os pregunto ¿cómo la reverenciáis o la deseáis vosotros? ¿Dónde están aquellos antiguos cánones, con los cuales, como con su freno, se mantenía a los obispos y sacerdotes en el cumplimiento de su oficio y de su deber? ¿Cómo se elige a los obispos entre vosotros? ¿Con qué pruebas? ¿Con qué examen? ¿Qué diligencia o previsión se emplea? ¿Cómo se les nombra para el deber de su estado? ¿Con qué liturgia o solemnidad? Tan sólo para cumplir, se le toma el juramento de que ejercerán el oficio de pastor; pero, según se ve, con el único fin -sin fijarnos en otras maldades- de hacerlos perjuros. Pues apoderándose, como por la fuerza, de los cargos de la iglesia, les parece que tienen un poder que no está sometido a ley ninguna, y piensan que con este poder todo les está permitido; de suerte que podemos creer fácilmente que los piratas, bandidos, ladrones y salteadores(1) tienen una policía mejor y que observan las leyes mejor que todos vosotros.
Respecto a la falsa acusación (contraria por cierto a lo que tú mismo conoces) de que, al rechazar este tiránico yugo, no hemos pretendido sino darnos rienda suelta, entregándonos a una vida desarreglada y licenciosa, sin que pensemos siquiera (Dios lo sabe) en la vida futura, vamos a enjuiciar vuestra conducta comparándola con la nuestra.
Es cierto que somos pecadores y que abundan los vicios entre nosotros, y que muchos de nosotros caemos frecuentemente y desfallecemos muchas veces; sin embargo, la vergüenza me impide tener el atrevimiento de vanagloriarme (hasta donde la verdad lo permite) de ser nosotros mejores que vosotros y esto en todos los aspectos. Contando con que no pretendas, por ventura, exceptuar a Roma, hermosísimo santuario de toda santidad, la cual, una vez sacada de quicio y deshechas las barreras de auténtica disciplina y pisoteada la honestidad, está tan rebosante de toda clase de maldades que a duras penas podrá hallarse en toda la historia un ejemplo semejante de tan gran abominación.
Yo creo que tendremos que someter nuestra vida o. tantos peligros y daños, no sea que, siguiendo su ejemplo, seamos constreñidos a una continencia más severa y
estrecha. Por lo que a nosotros respecta, no rehusamos observar hoy la disciplina establecida en los antiguos cánones, ni mantenerla y guardarla con diligencia y buena fe. Por el contrario siempre hemos sostenido que esta desdichada ruina de la iglesia provenía tan sólo de haber perdido, por las superfluidades demasiados licenciosas, todas sus fuerzas y todo su vigor, y de haber permanecido enteramente abatida. Pues es necesario que el cuerpo de la iglesia, para mantenerlo perfectamente unido, esté entrelazado con la disciplina, del mismo modo que un cuerpo se halla reforzado con nervios.
Y yo os pregunto ¿cómo la reverenciáis o la deseáis vosotros? ¿Dónde están aquellos antiguos cánones, con los cuales, como con su freno, se mantenía a los obispos y sacerdotes en el cumplimiento de su oficio y de su deber? ¿Cómo se elige a los obispos entre vosotros? ¿Con qué pruebas? ¿Con qué examen? ¿Qué diligencia o previsión se emplea? ¿Cómo se les nombra para el deber de su estado? ¿Con qué liturgia o solemnidad? Tan sólo para cumplir, se le toma el juramento de que ejercerán el oficio de pastor; pero, según se ve, con el único fin -sin fijarnos en otras maldades- de hacerlos perjuros. Pues apoderándose, como por la fuerza, de los cargos de la iglesia, les parece que tienen un poder que no está sometido a ley ninguna, y piensan que con este poder todo les está permitido; de suerte que podemos creer fácilmente que los piratas, bandidos, ladrones y salteadores(1) tienen una policía mejor y que observan las leyes mejor que todos vosotros.
PURGATÓRIO
El texto abajo hace parte de la carta de Juan Calvino al cardenal Sadoleto, dando respuesta a la invitación del cardenal para que la ciudad de Ginebra (Suiza), volva al seno de la iglesia católica y abandone la doctrina de los reformadores:
En lo referente al purgatorio, sabemos que ninguna iglesia antigua hacia memoria de los muertos en sus plegarias: sino que éstas eran raras, sobrias y resumidas en pocas palabras; finalmente estas plegarias no pretendían, al parecer, más que testimoniar brevemente su caridad para con los difuntos. Pero todavía no hablan nacido los expertos maniobreros que han forjado vuestro purgatorio y que luego lo han extendido tan ampliamente y lo han elevado a tal altura y esplendor que la mejor parte de vuestro reino se sostiene y apoya en él.
Tú conoces por ti mismo, que error tan monstruoso le ha precedido; no ignoras cuántas hechicerías ha engendrado voluntariamente la superstición para engañarse a si mismo; conoces cuántas imposturas y engaños ha forjado en este punto la avaricia, para chupar y apropiarse los bienes del pueblo sencillo; ves perfectamente qué peste ha padecido por esto la verdadera religión. Pues lo peor por no decir nada del servicio de Dios, destruido por él- está ciertamente en que cuando los hombres, envidiándose unos a otros, sin ningún mandamiento de Dios, han querido ayudar a los difuntos, han despreciado los verdaderos oficios de caridad, que son sin embargo tan ecomendados y requeridos.
En lo referente al purgatorio, sabemos que ninguna iglesia antigua hacia memoria de los muertos en sus plegarias: sino que éstas eran raras, sobrias y resumidas en pocas palabras; finalmente estas plegarias no pretendían, al parecer, más que testimoniar brevemente su caridad para con los difuntos. Pero todavía no hablan nacido los expertos maniobreros que han forjado vuestro purgatorio y que luego lo han extendido tan ampliamente y lo han elevado a tal altura y esplendor que la mejor parte de vuestro reino se sostiene y apoya en él.
Tú conoces por ti mismo, que error tan monstruoso le ha precedido; no ignoras cuántas hechicerías ha engendrado voluntariamente la superstición para engañarse a si mismo; conoces cuántas imposturas y engaños ha forjado en este punto la avaricia, para chupar y apropiarse los bienes del pueblo sencillo; ves perfectamente qué peste ha padecido por esto la verdadera religión. Pues lo peor por no decir nada del servicio de Dios, destruido por él- está ciertamente en que cuando los hombres, envidiándose unos a otros, sin ningún mandamiento de Dios, han querido ayudar a los difuntos, han despreciado los verdaderos oficios de caridad, que son sin embargo tan ecomendados y requeridos.
INTERCESIÓN DE LOS SANTOS
El texto abajo hace parte de la carta de Juan Calvino al cardenal Sadoleto, dando respuesta a la invitación del cardenal para que la ciudad de Ginebra (Suiza), volva al seno de la iglesia católica y abandone la doctrina de los reformadores:
En cuanto a sostener la intercesión de los santos, si tu propósito es sólo defender que con sus continuos deseos están pidiendo el cumplimiento del Reino de Cristo, en el que está cifrada la salvación de todos los fieles, ninguno de nosotros lo duda en lo más mínimo. Por lo que nada has conseguido con detenerte tanto en este
punto. Pero se ve que no querías perder esta magnífica ocasión para zaherirnos; como si fuese opinión nuestra la de que los espíritus mueren con los cuerpos. Por lo que se refiere a nosotros, dejamos esta filosofía a vuestros soberanos obispos y al colegio de cardenales, que la han venerado muchos años y todavía la veneran
ahora. Más aún, lo que añades luego (es decir, vivir voluptuosamente entre goces, sin tener en cuenta la vida futura y mofarse de nosotros pobres hombrecillos, que trabajamos con tanto afán por que progrese el Reino de Dios) eso va muy bien con su modo de ser.
Y en cuanto a la intercesión de los santos nos detenemos en este punto: que no hay maravillas si no las inventan. Pues para ello ha sido necesario desbrozar innumerables supersticiones que hablan conseguido abolir totalmente de la memoria de los hombres la intercesión de Cristo: se invocaba a los santos como si fueran dioses: se les atribula lo que era propio de Dios; y no había gran diferencia entre la veneración de aquellos y la idolatría que justamente todos detestan y maldicen.
En cuanto a sostener la intercesión de los santos, si tu propósito es sólo defender que con sus continuos deseos están pidiendo el cumplimiento del Reino de Cristo, en el que está cifrada la salvación de todos los fieles, ninguno de nosotros lo duda en lo más mínimo. Por lo que nada has conseguido con detenerte tanto en este
punto. Pero se ve que no querías perder esta magnífica ocasión para zaherirnos; como si fuese opinión nuestra la de que los espíritus mueren con los cuerpos. Por lo que se refiere a nosotros, dejamos esta filosofía a vuestros soberanos obispos y al colegio de cardenales, que la han venerado muchos años y todavía la veneran
ahora. Más aún, lo que añades luego (es decir, vivir voluptuosamente entre goces, sin tener en cuenta la vida futura y mofarse de nosotros pobres hombrecillos, que trabajamos con tanto afán por que progrese el Reino de Dios) eso va muy bien con su modo de ser.
Y en cuanto a la intercesión de los santos nos detenemos en este punto: que no hay maravillas si no las inventan. Pues para ello ha sido necesario desbrozar innumerables supersticiones que hablan conseguido abolir totalmente de la memoria de los hombres la intercesión de Cristo: se invocaba a los santos como si fueran dioses: se les atribula lo que era propio de Dios; y no había gran diferencia entre la veneración de aquellos y la idolatría que justamente todos detestan y maldicen.
CONFESIÓN AURICULAR
El texto abajo hace parte de la carta de Juan Calvino al cardenal Sadoleto, dando respuesta a la invitación del cardenal para que la ciudad de Ginebra (Suiza), volva al seno de la iglesia católica y abandone la doctrina de los reformadores:
En cuanto a la confesión auricular, hemos rechazado la constitución del papa Inocencio, que recomienda a todos que digan todos sus pecados, todos los años, a un sacerdote particular. Seria muy largo de contar, cómo y por qué razones la hemos abolido. Sin embargo, que esto sea cosa mala lo demuestra el hecho de que las
conciencias de los fieles, libres de tal tormento, ya han comenzado a tranquilizarse y a confiar en la bondad y misericordia de Dios, conciencias que estaban antes en continua ansiedad y perturbación.
Nada quiero decir de las grandes plagas que la iglesia ha sufrido a causa de esta confesión, por las cuales debemos juzgar con toda justicia a la confesión como algo execrable. En cuanto a lo que hacéis ahora a este respecto, bástate saber que
nada hay escrito sobre ello en los mandamientos de Cristo, ni en la constitución de la iglesia primitiva.
Hemos suprimido con decisión todos los pasajes de la Santa Escritura, que los Sofistas tratan de tergiversar, para probar esta confesión. Y las historias eclesiásticas que hoy poseemos nos muestran que no habla en esto novedades por aquel entonces, cuando todo se observaba sencillamente, en lo cual concuerdan los testimonios de los padres; es, pues, abuso y engaño el afirmar como tú afirmas, que la humildad ha sido en esto recomendada y establecida por Cristo y por la iglesia.
Pues, si bien hay en ello cierta apariencia de humildad, sin embargo está muy lejos de ser placentero y agradable a Dios rebajarse so capa de humildad. Por eso San Pablo
nos enseña que la verdadera humildad es la que está conforme con la pura Palabra de Dios y se ajusta a ella.
En cuanto a la confesión auricular, hemos rechazado la constitución del papa Inocencio, que recomienda a todos que digan todos sus pecados, todos los años, a un sacerdote particular. Seria muy largo de contar, cómo y por qué razones la hemos abolido. Sin embargo, que esto sea cosa mala lo demuestra el hecho de que las
conciencias de los fieles, libres de tal tormento, ya han comenzado a tranquilizarse y a confiar en la bondad y misericordia de Dios, conciencias que estaban antes en continua ansiedad y perturbación.
Nada quiero decir de las grandes plagas que la iglesia ha sufrido a causa de esta confesión, por las cuales debemos juzgar con toda justicia a la confesión como algo execrable. En cuanto a lo que hacéis ahora a este respecto, bástate saber que
nada hay escrito sobre ello en los mandamientos de Cristo, ni en la constitución de la iglesia primitiva.
Hemos suprimido con decisión todos los pasajes de la Santa Escritura, que los Sofistas tratan de tergiversar, para probar esta confesión. Y las historias eclesiásticas que hoy poseemos nos muestran que no habla en esto novedades por aquel entonces, cuando todo se observaba sencillamente, en lo cual concuerdan los testimonios de los padres; es, pues, abuso y engaño el afirmar como tú afirmas, que la humildad ha sido en esto recomendada y establecida por Cristo y por la iglesia.
Pues, si bien hay en ello cierta apariencia de humildad, sin embargo está muy lejos de ser placentero y agradable a Dios rebajarse so capa de humildad. Por eso San Pablo
nos enseña que la verdadera humildad es la que está conforme con la pura Palabra de Dios y se ajusta a ella.
OBEDECIR DIOS Y NON LA TIRANIA PAPAL
El texto abajo fue sacado de la carta respuesta de Juan Calvino al cardenal Sadoleto:
La Gloria de Dios Ante Todo
Tú llamas abandonar la verdad de Dios al hecho de haberse apartado los de Ginebra, instruidos por nuestra predicación, del fango del error en que hablan sido sumergidos y casi ahogados, y al hecho de haber vuelto a la pura doctrina del Evangelio. Y también dices que es una verdadera separación de la iglesia el haberse apartado de la sujeción y tiranía papal, para disponer entre ellos de una mejor forma de iglesia.
Examinemos, pues, ahora estos dos puntos.
Por lo que se refiere a este tu preámbulo, que llena casi la tercera parte de tu carta, predicando la excelencia de la felicidad eterna, no es necesario que me extienda mucho en responderte. Pues aunque la consideración de la vida eterna sea cosa digna de que esté día y noche en nuestros oídos y debamos ejercitarnos sin cesar en su meditación, no acabo de comprender, sin embargo, por qué te has detenido tanto en esto, a no ser para que te tengan en mayor estima y consideración so pretexto y apariencia de religión; o bien que, pensando alejar de ti toda mala sospecha, has querido hacer ver que todo tu pensamiento versaba sobre la vida bienaventurada que hay en Dios; o bien, has juzgado que aquellos a quienes escribías serian por esta tu larga exhortación atraídos y conmovidos de modo mejor (aunque no quiero adivinar cuál era tu intención); sin embargo, no creo sea propio de un auténtico teólogo el procurar que el hombre se quede en si mismo, en vez de mostrarle y enseñarle que el comienzo de la buena reforma de su vida consiste en desear fomentar y dar realce a la gloria del Señor, ya que hemos nacido principalmente para Dios y no para nosotros mismos.
Pues así como todas las cosas son suyas y en Él subsisten, así también (como dice el Apóstol1 deben referirse por completo a Él. Y así dice que el mismo Señor, para hacer más deseable a los hombres la gloria de su Nombre, les ha atemperado y moderado de tal manera el deseo de exaltarlo que los ha unido perpetuamente a nuestra salvación. Pero dado que él ha enseñado que este afecto debe dominar todo cuidado y codicia del bien y provecho que de ello nos podría venir, y que incluso la ley natural nos incita a estimarlo sobre todas las cosas (si por lo menos queremos rendirle el honor que le es debido), ciertamente el deber del cristiano consiste en remontarnos por encima de la simple búsqueda y consecución de la salvación de su alma. Por lo cual no habrá ninguna persona bien instruida y experimentada en la verdadera religión cristiana que no juzgue esta tan larga y curiosa exhortación al estudio de la vida celestial (la cual detiene al hombre en esto sólo, sin elevarlo con una sola palabra a la santificación del Nombre de Dios) como cosa de mal gusto y sin sabor alguno.
Después de esta santificación, te concederé, de muy buen grado, que durante toda nuestra vida no debemos tender a otro fin ni tener otro propósito que el de conseguir esta suprema vocación, pues es el fin principal que Dios nos ha propuesto en todos nuestros hechos, dichos y pensamientos. Y no hay, en verdad, cosa alguna que haga al hombre superior a los animales como la comunicación espiritual con Dios, con la esperanza de esta felicidad eterna. Incluso en todas nuestras predicaciones casi no pretendemos otra cosa que educar y conmover los corazones de cada uno con la meditación y estudio de esta felicidad eterna. Te puedo conceder de buen grado
que todo el daño que pueda acontecer a nuestra salvación no proviene de otra parte, sino del servicio de Dios pervertido y ejecutado indebidamente. Y por cierto estas son entre nosotros las primeras instrucciones y enseñanzas en las que acostumbramos a instruir, cuando tratamos de la verdadera piedad y religión, a quienes queremos conquistar como discípulos para Jesucristo, a saber: que se guarden bien de alumniar locamente y a su placer cualquier nueva forma de honrar a Dios, pero que sepan que sólo es legitimo aquel servicio que desde el comienzo le fue agradable. Y sin embargo afirmamos, sobre todo, lo que está aprobado por el santo oráculo de Dios: que más vale obediencia que sacrificio2. Finalmente les inducimos y acostumbramos cuanto podemos a abandonar todos los servicios y formas de falsas y calumniosas supersticiones, contentándose con una sola regla y mandamiento de Dios, según se lo ha revelado su Santa Palabra.
La Gloria de Dios Ante Todo
Tú llamas abandonar la verdad de Dios al hecho de haberse apartado los de Ginebra, instruidos por nuestra predicación, del fango del error en que hablan sido sumergidos y casi ahogados, y al hecho de haber vuelto a la pura doctrina del Evangelio. Y también dices que es una verdadera separación de la iglesia el haberse apartado de la sujeción y tiranía papal, para disponer entre ellos de una mejor forma de iglesia.
Examinemos, pues, ahora estos dos puntos.
Por lo que se refiere a este tu preámbulo, que llena casi la tercera parte de tu carta, predicando la excelencia de la felicidad eterna, no es necesario que me extienda mucho en responderte. Pues aunque la consideración de la vida eterna sea cosa digna de que esté día y noche en nuestros oídos y debamos ejercitarnos sin cesar en su meditación, no acabo de comprender, sin embargo, por qué te has detenido tanto en esto, a no ser para que te tengan en mayor estima y consideración so pretexto y apariencia de religión; o bien que, pensando alejar de ti toda mala sospecha, has querido hacer ver que todo tu pensamiento versaba sobre la vida bienaventurada que hay en Dios; o bien, has juzgado que aquellos a quienes escribías serian por esta tu larga exhortación atraídos y conmovidos de modo mejor (aunque no quiero adivinar cuál era tu intención); sin embargo, no creo sea propio de un auténtico teólogo el procurar que el hombre se quede en si mismo, en vez de mostrarle y enseñarle que el comienzo de la buena reforma de su vida consiste en desear fomentar y dar realce a la gloria del Señor, ya que hemos nacido principalmente para Dios y no para nosotros mismos.
Pues así como todas las cosas son suyas y en Él subsisten, así también (como dice el Apóstol1 deben referirse por completo a Él. Y así dice que el mismo Señor, para hacer más deseable a los hombres la gloria de su Nombre, les ha atemperado y moderado de tal manera el deseo de exaltarlo que los ha unido perpetuamente a nuestra salvación. Pero dado que él ha enseñado que este afecto debe dominar todo cuidado y codicia del bien y provecho que de ello nos podría venir, y que incluso la ley natural nos incita a estimarlo sobre todas las cosas (si por lo menos queremos rendirle el honor que le es debido), ciertamente el deber del cristiano consiste en remontarnos por encima de la simple búsqueda y consecución de la salvación de su alma. Por lo cual no habrá ninguna persona bien instruida y experimentada en la verdadera religión cristiana que no juzgue esta tan larga y curiosa exhortación al estudio de la vida celestial (la cual detiene al hombre en esto sólo, sin elevarlo con una sola palabra a la santificación del Nombre de Dios) como cosa de mal gusto y sin sabor alguno.
Después de esta santificación, te concederé, de muy buen grado, que durante toda nuestra vida no debemos tender a otro fin ni tener otro propósito que el de conseguir esta suprema vocación, pues es el fin principal que Dios nos ha propuesto en todos nuestros hechos, dichos y pensamientos. Y no hay, en verdad, cosa alguna que haga al hombre superior a los animales como la comunicación espiritual con Dios, con la esperanza de esta felicidad eterna. Incluso en todas nuestras predicaciones casi no pretendemos otra cosa que educar y conmover los corazones de cada uno con la meditación y estudio de esta felicidad eterna. Te puedo conceder de buen grado
que todo el daño que pueda acontecer a nuestra salvación no proviene de otra parte, sino del servicio de Dios pervertido y ejecutado indebidamente. Y por cierto estas son entre nosotros las primeras instrucciones y enseñanzas en las que acostumbramos a instruir, cuando tratamos de la verdadera piedad y religión, a quienes queremos conquistar como discípulos para Jesucristo, a saber: que se guarden bien de alumniar locamente y a su placer cualquier nueva forma de honrar a Dios, pero que sepan que sólo es legitimo aquel servicio que desde el comienzo le fue agradable. Y sin embargo afirmamos, sobre todo, lo que está aprobado por el santo oráculo de Dios: que más vale obediencia que sacrificio2. Finalmente les inducimos y acostumbramos cuanto podemos a abandonar todos los servicios y formas de falsas y calumniosas supersticiones, contentándose con una sola regla y mandamiento de Dios, según se lo ha revelado su Santa Palabra.
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